2/2/13

Carta abierta a un alcalde

Querido alcalde tenemos que hablar. Tiene que entender, debe entender que lo sucedido ayer ha superado todas las expectativas que un humilde vecino puede esperar de un servidor público como usted.

Ayer, como todos los últimos martes de mes, lo he vuelto a hacer. Intento reprimirme pero le reconozco que me llevan los instintos más primarios. Sí, ya se puede imaginar, soy ese vecino tocapelotas que visita de modo virtual los plenos municipales de mi pueblo. ¿O mejor ciudad? Aún no soy capaz de desprenderme del posesivo de “mi” pueblo, frente al frío “mi” ciudad.

Retomo el hilo y sigo con lo que nos trae al caso.

Sí, soy ese personaje que les incordia pleno tras pleno desde hace año y medio. Hágase cargo de mi situación, soy uno de tantos vecinos a los que su empresa les ha bajado el sueldo con la justificación de la difícil situación económica que tiene el país; aunque entre usted y yo, la realidad es que la empresa para la que trabajo no deja de tener beneficios años tras año y mi sueldo sigue estancado desde hace más de ocho años. La hipoteca y los libros, el comedor y demás gastos de los churumbeles no perdonan; tampoco la luz, el gas, el agua,… Y claro, llegan los tiempos malos y… Seguro que me entiende, su sueldo, su estabilidad laboral,… ya sabe.

Otra vez me desvié del asunto, estábamos en el pleno municipal de esta mañana.

Después de casi dos horas de sesión, diría que insulsa, inútil, vana, improductiva y por qué no, incompetente sesión plenaria. Después de todo ese tiempo llega el turno de los vecinos.

Permitáme decirle don Ignacio que más pronto que tarde estaba al caer una decisión como la que anunció ayer: La absurda medida de obligar a los vecinos a anticipar los ruegos y preguntas que se quieran dirigir a sus “eminencias”. Celebrar una de las fiestas de la democracia por las mañanas empezaba a no ser suficiente para evitar que la gente de a pie, el tendero, el jubilado, la ama de casa, el estudiante, la desahuciada, la enfermera o el bombero les manifestaran malestares, inconvenientes, dificultades y demás miserias del “modelo de ciudad” en la que viven. Aún así, esto tampoco me ha sorprendido de usted y eso es lo que me produce desazón. Esta indiferencia con sus palabras es lo que me convence definitivamente de que lo que tenemos que hablar. Tanto vacío no me parece sano.

Estábamos en el pleno municipal de la ciudad. Ignacio, era tarde, mucho debate entre los concejales de la corporación municipal y por fin una vecina tomaba la palabra.

La voz temblorosa denota su nerviosismo, parece respeto. Nuestra vecina empieza a hablar de recortes en educación, nombra a un tal ministro Wert (se pronuncia con b) y se refiere a una becas con nombre de filósofo. Lo que parecía respeto salta por los aires cuando de forma inesperada pregunta por el motivo de que personal del ayuntamiento conozca datos personales y detalles de su profesión. Le toca responder Ignacio, le toca responder a nuestro alcalde.

De forma airada, sí, Ignacio, sí, de forma airada respondes a la vecina que no conoces las becas Séneca y además te parece intolerable que se hable en esos términos en un pleno municipal.
Tampoco me sorprende que no conozcas las becas Séneca, a pesar de que para ti y para tu equipo municipal la prioridad es ofrecer trabajo a los 8.124 vecinos y vecinas de la ciudad que están en paro. ¿Cómo vas a conocer unas ayudas que se conceden a jóvenes universitarios que quieren completar o mejorar su formación y que les ayudará a insertarse en este puto mercado laboral? ¿Cómo las prioridades del ayuntamiento para luchar contra el paro juvenil pueden pasar por ayudas a jóvenes estudiantes de una universidad pública? De la otra pregunta, de la preocupación de la vecina por ver preservada su intimidad frente a su ayuntamiento. Nada, nada de nada.

Pues yo Ignacio no me quedo tranquilo, seguro que también lo entenderás.

Ahora la palabra la tiene un vecino. Hace referencia a los desahucios perpetrados por bancos e instituciones públicas, entre las que se incluye nuestro ayuntamiento. Habla de sus dificultades para encontrar un techo para él y su familia y las limitaciones que desde hace años encuentra para acceder a una vivienda pública. Nuestro vecino no puede evitar emocionarse al contarnos que nunca pudo optar a una vivienda social en este “modelo de ciudad”, le dijeron que no llegaba a la renta mínima de quince mil euros que el ayuntamiento exige. Se llama dignidad lo que sale de sus palabras.

Embriagado del frenesí neoliberal del que bebes desde tus años mozos y de forma automática, lo que parece un rostro compungido se torna en desdeñoso y te refieres a la incapacidad de la administración que presides para llegar a todos los vecinos en dificultades. Tu dilatada experiencia empresarial seguro que te ha jugado una mala pasada, el frío balance de cuentas de cualquiera de las empresas que gerentas no conoce de sentimientos ni sensiblerías. O se gana o se pierde. Son negocios.

Nacho, otro vecino sin respuesta de su alcalde.

Tenemos que hablar. Se me hace ineludible una cordial conversación, un dialogo sincero para hacerte entender que lo que gestionas no es tuyo, es de todos; convencerte de que tu trabajo es por y para tus vecinos y vecinas, especialmente y de forma urgente y prioritaria para aquellos que más lo necesitan, ya tú sabes: familias con personas dependientes a su cargo y ahogados por los gastos en farmacia del barrio, jóvenes y parados afectados por una reforma laboral injusta, inhumana y cruel a los que se les dificulta y se les niega el acceso a recursos de formación e inserción laboral, familias desahuciadas a las que se les encadena a una deuda perpetua o simplemente padres que ya no pueden llevar a sus hijos a ver una película al cine.

Nacho, ¿cómo hacerte ver que al pleno municipal los vecinos no vamos como clientes? ¿cómo convencerte de que tus servicios no son para quienes se lo pueden pagar?

Atentamente, un humilde vecino.